Mortalidad de salmones por FAN: No aceptemos los mismos errores
Chile: La Bióloga marina, Claudia Torrijos Kneer, expresa que es fundamental considerar estudios realizados a raíz del bloom de algas del 2016, especialmente uno que indica que sí existiría relación entre vertimiento de salmones y marea roja.
A continuación, reproducimos de manera íntegra, columna de opinión de la bióloga marina y Magíster (c) en Medio Ambiente y Bioseguridad en la Acuicultura de la Universidad Austral de Chile (UACh), Claudia Torrijos Kneer:
“El 2016 fue un año difícil para la salmonicultura: se registró una de las Floraciones Algales Nocivas (FAN) más grande de la especie Pseudochattonella verruculosa, la que generó en dos semanas la mortalidad por asfixia de 40 mil toneladas de peces en el extremo norte del Mar Interior de Chiloé y Seno de Reloncaví, de las cuales 4.700 toneladas fueron vertidas a 75 millas náuticas al oeste de la costa norte de la Isla Chiloé durante un periodo de 10 días.
Durante el mismo período comenzaron floraciones de Alexandrium catenella (marea roja) dinoflagelado que contiene Veneno Paralizante de los Mariscos (VPM) y que puede ser mortal para los seres humanos, lo que dejó sin trabajar a los pescadores artesanales durante semanas por el alto riesgo que esto conllevaba para la población.
En 2018, a dos años del evento, se emite un informe realizado por el Comité Asesor Científico Técnico por Marea Roja, en el cual las autoridades del actual Gobierno “confirmaron” que dicho vertimiento de salmones no provocó la marea roja del verano del 2016, descartando la relación de ambos fenómenos.
Hoy, en un nuevo escenario de proliferación de FAN en el mar austral de nuestro país y con una mortalidad de 6.000 toneladas de peces, es fundamental considerar los estudios realizados a raíz de dicho evento, especialmente uno que indica que sí existiría una relación entre el vertimiento de salmones y la marea roja, información relevante que -esperemos- las autoridades actuales evalúen para tomar decisiones y no actuar de acuerdo a lo que disponen las empresas salmonicultoras ante los hechos consumados de una situación que se ha escapado de control, sino en base a la ciencia, tomando decisiones estratégicas en un escenario cambiante.
De acuerdo al trabajo (1) publicado por un grupo de investigadores chilenos y extranjeros, quienes a través de simulaciones confirmaron que las corrientes cercanas a la superficie podrían haber transportado parte de la contaminación a la costa, explica que en 2016 no se consideraron dos anomalías completamente únicas de dicho año: el vertido de salmones en descomposición y la aparición de parches costeros y oceánicos de amonio (+NH4), que podrían haber sido causados justamente por los vertimientos de mortalidades de peces y por peces muertos que no fueron retirados oportunamente.
La investigación indica “que el vertido en sí violó el protocolo de Londres, por la insuficiencia de estudios, que fue el principal motivo de la condena por parte de la Corte Suprema (Corte Suprema, 2018). Durante y después del vertido, no se llevó a cabo ningún seguimiento. Ni siquiera se caracterizó la composición química del material vertido”, añadiendo que en ese momento Sernapesca indicó la falta de conocimiento sobre este proceso, realizando técnicas como mezclar con agua la materia orgánica “y otras ideas sorprendentes como “realizar la disposición en pulsos de tiempo”, con el fin de “reducir su flotabilidad”, aunque claramente, ni la mezcla con agua ni la descarga por pulsos cambiarían la densidad del material vertido”, señala el paper.
Lo sucedido en 2016 demuestra que ni la industria salmonicultora ni el Estado de Chile tienen capacidad para gestionar los riesgos que producen: con la industria -como el causante directo de esos riesgos- y el Estado -como un actor que actualmente es incapaz de garantizar que las empresas operen sin hipotecar el ecosistema-, esta situación nos hace vivir en lo que el sociólogo alemán Ulrich Beck denominó una sociedad de riesgo global, donde no contamos con sistemas políticos ni tecnológicos capaces de protegernos.
Como bióloga marina, espero que nuestras autoridades se adentren en el mundo de la investigación o usen los recursos del Estado para asesorarse con científicos que apoyen su gestión, para así minimizar el impacto de las industrias sobre los ecosistemas, en un contexto sur-austral donde la expansión de la actividad empresarial ocurre en una escala de tal magnitud que los riesgos ambientales y sociales son siempre latentes, porque esta vez, no aceptaremos los mismos errores”.